Amigos en el Campo Mientras el Humano Está

Por: Quisqualis

Simbiosis entre plantas y microorganismos

La mayoría de las especies vegetales y animales forma asociaciones persistentes e íntimas con microorganismos no patógenos. A estas relaciones se las denomina “simbiosis mutualistas” cuando todos los integrantes se benefician. En 1873, el zoólogo Pierre van Beneden introdujo el término mutualismo para definir el beneficio mutuo entre especies. Seis años después, el botánico Anton de Bary definió simbiosis como interacciones estrechas, benéficas (o no) para ambos integrantes. Hoy, algunos usan ambos términos como sinónimos. Además de confundir, ello también impide reconocer que sólo algunos mutualismos son simbióticos y que no todas las simbiosis se mantienen mutualísticas para todos y para siempre (Figura 2).

A través de la simbiosis, la mayoría de las especies (incluyendo los animales y vegetales que nos sirven de alimento) adquirieron nuevas capacidades. De hecho, casi todos los mamíferos y los insectos conviven con microrganismos amigables que les permiten digerir los alimentos. Según cómo impactan en las características del hospedante, los simbiontes mutualistas se pueden clasificar en protectores (por ejemplo, les brindan defensas contra sus enemigos) o en proveedores (por ejemplo, les facilitan el acceso a diferentes nutrientes). Entre los protectores están los hongos “endófitos”. Se los llama así porque viven toda su vida dentro de la planta que los aloja (Figura 1). Entre los simbiontes proveedores están los rizobios —bacterias del suelo específicas de las plantas leguminosas— que son capaces de obtener nitrógeno de la atmósfera, algo que las plantas por sí solas no pueden hacer. Otros proveedores son los hongos que se asocian con las raíces de la mayoría de las plantas y forman las “micorrizas”. Esta simbiosis le brinda a la planta una mayor capacidad de absorber fósforo, entre otros beneficios, aunque puede dejar de ser mutualistas ante cambios en las condiciones ambientales (por ejemplo, cuando el suelo no es pobre en ese nutriente) e, incluso, dejar de existir cuando uno de los miembros no necesita al otro.

Los mutualismos en la agricultura presentan una paradoja: fueron prácticamente eliminados por el ser humano a través de miles de años de trabajar la tierra y de tratar de controlar el conjunto las especies allí presentes. En este sentido, la dispersión de semillas por animales es un ejemplo claro de un mutualismo indeseable. Este patrón se extiende también a las simbiosis mutualistas. Los fertilizantes reducen los beneficios que brindan las micorrizas y las simbiosis con bacterias fijadoras de nitrógeno. Incluso, pueden convertir estas relaciones en parasíticas porque la planta al tener nutrientes disponibles no depende de sus simbiontes. De esa manera, la agricultura moderna simplifica los agroecosistemas y reemplaza con diversas prácticas las funciones biológicas que estos microorganismos proveían originalmente. Al mismo tiempo, las empresas agropecuarias desarrollan productos y tecnologías que incluyen estos microorganismos benéficos para venderlos como biofertilizantes o inoculantes para semillas.

Quedan aún muchos interrogantes. Si bien las interacciones benéficas están en todos los ecosistemas, ¿por qué históricamente consideramos tan poco su papel en ecología o en el manejo de ecosistemas? ¿Qué nos llevó a mirar sólo las interacciones negativas? ¿La cultura? ¿La política? ¿El machismo? ¿Las escenas que vemos o vivimos de interacciones violentas? ¿Nos enseñan a ser autónomos en lugar de solidarios y de buscar complementarnos para funcionar mejor? La ecología es una ciencia que no busca responder estos interrogantes. Sin embargo, va cambiando junto con los cambios en la sociedad que los jóvenes impulsan. Los cambios de mirada son notables. Día a día se publican más datos que muestran que la salud de los ecosistemas y de los organismos, incluido el hombre, depende en gran medida de los microorganismos que naturalmente están y que denominamos el “microbioma”. Ojalá que pronto podamos usar este conocimiento ecológico para entender mejor los ecosistemas que nos rodean y para decidir qué actividades realizar en ellos (ver Caja 1).